Son las cinco de la mañana, aún es de noche cuando toca el despertador. Hoy toca viajar para ir a comprar al supermercado. Enciendo la vela que tengo junto a mi cama, tengo el tiempo justo para asearme, tomar un café y caminar a la parada de autobús.
Hace dos semanas que no para de llover, pero ayer lució el sol todo el día, eso significa que el autobús vendrá.
En el baño tengo un cubo con un poco de agua del río que anoche dejé para esta mañana. Con la ayuda de una taza de aluminio tomo un poco de agua que me ayudará a despejarme aunque no lo bastante, creo que necesito ese café. Aún a oscuras, preparo el desayuno, los pájaros ya han despertado, sabemos que está amaneciendo mientras tomamos ese espléndido café poco a poco.. Parece que hoy también tendremos sol. Ya se acerca la hora de salir de casa.
Hoy viajo con los dos niños, el mayor ya sabe arreglárselas sólo, pero al pequeño con apenas un año tengo que arreglarlo, coger provisiones, galletas, agua, pañales y algo de ropa. El autobús, si es que pasa por la parada, no sabemos nunca cuanto puede tardar en llegar a la ciudad, si es que llega, hay que ir preparados para lo que sea.
Tardáremos una media hora en llegar a la parada de autobús, aunque la arena está más firme que en verano, el sol probablemente habrá secado el camino serpenteante entre fincas y costará algo de trabajo caminar, especialmente a los niños. Al pequeño lo llevo en el carro de mano que siempre dejo en casa de João, con el que me traeré las cajas y bolsas de la compra.
En la parada, en el cruce de nuestro camino con la carretera de tierra roja, hay bastante gente, tan sólo hay una madera destartalada y sucia para sentarse a esperar, esperaremos en pie y en mi caso con el peque en brazos, los ancianos tienen prioridad en el banco. Estar incomunicados durante estas dos semanas ha acabado con las provisiones de todos, los comentarios son los habituales, la lluvia, que si el Ayuntamiento pasa la máquina siempre antes de que llueva, la incógnita por saber si el atolero dejará el autobús pasar y la pregunta de cada uno que aparece allí, ¿pasó anoche el autobús? Si la respuesta es afirmativa podemos esperar el tiempo que sea, que pasará para volver a la ciudad y podremos viajar. Si la respuesta es negativa nos volveremos todos a casa, como ha sucedido más de una vez. Cuando el mayor nació, estuvimos ocho meses sin autobús….
Han pasado tres cuartos de hora, siete y cuarto de la mañana, el autobús se acerca tambaleandose por la carretera, como un barco en plena manejada, es tan grande en proporción a los agujeros y baches que se balancea de un lado a otro en movimientos imposibles, pareciendo que de un momento a otro se volcará.
Desde que lo ves en el horizonte hasta que llega pueden pasar diez minutos, hay veces que es desesperante, aunque sólo ver como se acerca es una emoción que hace que el corazón te de un vuelco. Podremos ir a comprar. Nos quedan con suerte cuatro horas de viaje saltarín entre bache y bache, a una velocidad de unos veinte kilómetros por hora y parando a cualquiera que alce la mano durante el camino. Ojalá que la carretera esté seca y no tengamos que bajar del autobús para empujarlo en las lagunas de barro que se forman casi siempre.
Por fin podremos ir a comprar, tomar una cocacola, comprar pan de panaderia y todo lo que necesitamos para la casa (menos el gás, que está prohibido ser transportado en autobús). Hay que añadir a la dificultad de ir a por provisiones, la creatividad para hacer una compra decente de comida para más de dos semanas sin tener una nevera (este viaje no se puede hacer todas las semanas). Aquí no hay conservas, no es como ir de camping en España, donde puedes comprar latas de casi todo y algo más. Las conservas mejores, y prácticamente únicas, son las latas de sardinas y una especie de puré carísimo de atún.
Cuando lleguemos, sólo tendremos apenas dos horas para comprar todo y volver al autobús. Cuando regrese a la parada, ya será de noche, no puedo olvidarme de comprar pilas para el camino de vuelta.

Javier
julio 29, 2014Acostumbrados a nuestra cómoda vida, leer este post da mucho que pensar acerca del valor de las cosas y como cambia todo depende el lugar donde te encuentres. Cuanto hemos de valorar lo que tenemos, cuanto hemos de valorar como vivimos y sin embargo siempre estamos insatisfechos. Feliz aquel que es feliz con lo que tiene sin pretender ambiciones y sólo vivir en paz con sus seres queridos y lo necesario para vivir dignamente. Gracias Lola por abrirnos los ojos.