
«Las de arriba eran sus madres» del tuit de @AmvYo
He tenido guardado este escrito un año, esperando equivocarme y que algo me hiciera cambiar de opinión. Me equivoqué, es cada vez peor.
Un batiburrillo de emociones han venido a mi mente al leer a Carlos Esteban en su artículo cuando cita una anécdota más sobre las medidas que se toman o dejan de tomar respecto a la avalancha de refugiados que llega a Europa. En el artículo «Izquierda e Islam, la extraña pareja» cita:
«Las autoridades de un colegio bávaro han enviado a los padres de las alumnas una carta en la que «recomiendan» que las chicas eviten minifaldas y otras prendas provocativas «para no ofender» a los migrantes acogidos en el gimnasio del centro.»
A propósito de tal «recomendación» y por si alguien en este país se siente identificado y solidario con ello, me ha planteado algunas reflexiones.
Esto es una declaración de principios y creo que muchas mujeres se verán reflejadas en ellos.
Hace un par de semanas salía a cenar con mi pareja a una celebración, un sábado creo recordar. Como suele ser habitual en estas ocasiones, te arreglas, escoges un bonito vestido y intentas disimular que los años han pasado y ya no eres una jovencita. La cena era en la zona turística, en el centro de la ciudad, uno de aquellos lugares en los que estamos acostumbrados a ver más turistas extranjeros que nacionales.
Si vives en el sur de España, probablemente estás acostumbrada a que te miren de arriba abajo (o te digan de todo) a cualquier hora del día, especialmente si has pasado tu adolescencia en los ochenta y tenías de camino al instituto varios talleres de coches y solares en construcción. No es que yo sea nada del otro jueves, tampoco la indumentaria creo que tuviera mucho que ver, más bien creo que es una cuestión cultural con la que convives y terminas acostumbrándote.
Ahora bien, y voy de lleno al asunto. Saliendo del parking aquella noche de verano, nos cruzamos con varios grupos, familias y parejas de turistas diferentes a los que estamos acostumbrados.
Ellas tapadas hasta los ojos, con un velo que no dejaba asomarse ni un resquicio de su rostro, ellos en bermudas y camisetas tal y como vestiría cualquiera de la ciudad. No tengo ningún inconveniente en como se viste o acicala cada cual. No es asunto mío, por coherencia, por principios. Por cumplir a «raja tabla» lo que tantas veces hemos tenido que decir las chicas de nuestra generación a nuestros padres, «me pongo lo que quiera, y no se trata de ser indecente o no, se trata de ir a gusto con lo que llevas puesto».
Ni siquiera hubiera percibido la presencia de las chicas o señoras tapadas hasta los ojos si no fuera por la forma en que ellas y ellos giraban sus cuerpos y sus cabezas, tanto de arriba abajo como de izquierda a derecha. Sentí que prefería la mirada de los diez señores que comían su bocadillo en la puerta del taller cuando pasaba por allí con apenas 15 años a aquellas miradas.
La experiencia continuó durante cinco minutos más, varios grupos parecidos durante el recorrido me hicieron sentir ganas de haberme quedado en casa. No es fácil describir el desprecio que aquellas miradas me hacían sentir.
Inseguridad, mucha, comprendo que no estén acostumbrados, que seamos una especie de alienígenas, me perdonen. Pero aún recuerdo mi última visita a Tánger y cómo por solo llevar vaqueros en la maleta no podía caminar por la calle tranquila sin que avalanchas de chicos me agarraran el trasero. Tal fue el acoso que el primer día, que refugiados en una tetería un señor que había vivido en Alemania muchos años me aconsejó, mientras tomábamos un té de menta, que nos fuéramos al sur a Asilah, un lugar donde están habituados a recibir extranjeros de turismo.
Creo que debemos defender nuestra cultura y sí, ser intolerantes con aquellas que desean anular todo nuestro progreso hacia las libertades. Especialmente si eres mujer. Porque las libertades que poseemos las mujeres en Occidente se han fraguado desde dentro de nuestros hogares, en las luchas y reivindicaciones intergeneracionales, en nuestra forma de seleccionar amistades, y parejas, en la práctica de hacerle el vacío a aquellos chicos que se sobrepasaban por el hecho de llevar un escote o mostrar la rodilla..
Esa pelea incansable por ocupar nuestro puesto como personas y ser nosotras mismas y no «la mujer de». Por demostrar que no somos tontas y esforzarnos académicamente para ser las mejores o al menos estar entre ellos. Por ser capaces de estar presentes en carreras y profesiones tradicionalmente de hombres.
En demostrar que éramos igual de buenas en ciencias, que somos también jefas, capaces de hacer todo lo que necesitemos sin la ayuda de un señor a nuestro lado. Es por ello que soy intolerante con los intolerantes. A quien no le guste, puede escoger, que por ello somos libres. Vaya usted con Dios.

Javier Gilabert
julio 17, 2016Impresionante Lola, gracias por decidirte a escribirlo.
Yo ya no entiendo nada.
Es un grupo humano muy numeroso, y cada vez son más, y lo más característico del mismo es que no se integran.
Es más, no consideran infieles, ¡hasta los llamados moderados! Muchas personas no quieren verlo, cierran los ojos con el velo de un buenismo muy peligroso.
Por supuesto que hay buenos musulmanes, pero son minoría y están sometidos a los «ortodoxos» y van siendo eliminados salvajemente por los fanáticos.
Acabaría diciendo;
¿Has estado en Arabia Saudita?
Ves, verás y comprenderás.
lolacebolla
julio 17, 2016Así es Javier, no he estado en aquel país pero si conozco matrimonios de arquitectos que han estado allí trabajando. Viven encerrados en unas urbanizaciones especiales para extranjeros, les entregan un manual de comportamiento para no ser presos, especialmente a ellas. No pueden salir sin chofer a la calle nunca, y aunque dicen que son recomendaciones, si no las cumples, la embajada no puede hacerse responsable por comportamientos que aquí serían normales y allí son delitos.
No tengo nada en contra de ninguna religión siempre que se practique de forma personal y no afecte a leyes civiles básicas, libertades y derechos humanos universales. Si ellos en sus países no quieren vivir tienen que adaptarse a su destino o permanecer en otro que se corresponda con sus principios.
Si ellos no quieren luchar por las libertades en sus países no lo van a hacer aquí… Ya saben a lo que vienen.