
La decepción se transforma en tristeza y ésta en ira. La peor decepción, la del ser querido que desconoce quién eres, que no es capaz de ver más allá de un estereotipo, que solo nos mira y observa en nuestra superficie, aquellas carcasas que pueden resultar familiares si te engloban en un grupo. Uniendo puntos que realmente resultan inconexos y distantes. Aquellos que nos perciben asumiendo roles en sus vidas, en las vidas ajenas.
Perder la individualidad, la marca que te diferencia ante los ojos de los demás, ser tratados cómo aquello que no somos, la decepción con uno mismo de no saber gestionarse a sí mismo o de haber enviado, quizás, señales confusas.
Produce decepción, se transforma en tristeza y todo ello produce rabia, y mucha.
Impotencia.
Hasta qué punto enviamos las señales erróneas si abanderamos la naturalidad. Hasta qué punto nuestros observadores no poseen una mente predeterminada para ver lo que desean y quieren ver?
Cuantos de ellos son capaces de ver más allá de la superficie, cuántos miran a los ojos para intentar, tan solo por algunos instantes ver que hay detrás de un gesto, una mirada, una mueca.
Cuántos realmente se aprecian, quieren y aman por lo que realmente son, y son correspondidos.
Todos queremos ser amados, por lo que somos y por quienes quieren ser ellos mismos.

Javier G.
octubre 22, 2015Decía Gandhi que la felicidad se alcanza cuando lo que uno piensa, lo que uno dice y lo que uno hace, están en armonía.