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Una semana más

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C

erró los ojos aquella noche intentando conciliar el sueño. Mañana será un día importante, la octava cirugía en dos años le aguardaba a primera hora cuando se cumplían dos «febreros» desde que todo comenzó. La angustia comenzó a apoderarse de ella, estaba perdiendo la paciencia, no se esperaba «otra cirugía más». Un nuevo problema, o era lo mismo en otro lugar, o quizás como le decía una voz en su interior, «la muerte a trocitos».

Sí, se estaba rindiendo. Dos años viendo como su vitalidad disminuía y ningún tratamiento realmente funcionaba era agotador. Ni los hijos reconocían ya a su madre, ni recordaban lo fuerte y resistente que hubiera sido hacía unos años. Se sentía deprimida al mostrarse cada día más desvalida y como una extraña a la que aquel cuerpo no le pertenecía. Nada de lo que estaba haciendo últimamente se identificaba con nada de lo que hubiera sido durante los últimos cuarenta años.

Mientras daba vueltas en la cama intentando dormir solo había una idea en su mente. Rendirse. No quería consumirse poco a poco. Esa «muerte a trocitos» y el 80% de probabilidades que los médicos le dieran hacía dos años eran una pista. Debía asumir que no lo conseguiría. Poco a poco oscurecía mientras suplicaba acabar con todo de una vez. No estaba ni despierta, ni dormida.

Se encontró sin saber cómo en aquella calle oscura, sin visibilidad por la niebla y tan solo iluminada por una farola encima de ella en aquella esquina. Frente a ella, al otro lado de la calle, el edificio de tres plantas con una pequeña ventana iluminada en tonos naranjas. Algo le dijo que sus pequeños estaban allí, que aquel era su hogar. Observando la pequeña luz sintió que su lugar estaba allí, con ellos. Sintió desde la lejanía la tristeza de los chicos por no saber dónde estaba su madre, sintió el corazón latir demasiado rápido a medida que todo su cuerpo sudaba angustiado al verse clavada bajo aquella luz blanca, fuera, distante y en un lugar donde nadie podría encontrarla.

Mientras intentaba mover sus piernas y cruzar tan solo aquellos metros que la separaban de sus hijos, una silueta se acercaba entre la niebla y se dirigió a ella diciendo:

—Vamos, es la hora, ¿nos marchamos?

Era un hombre alto, elegantemente vestido y de sonrisa amable que caminaba despacio con la mirada clavada en sus ojos.

—¿Hacia dónde? —le preguntó ella sin miedo y esperanzada. Tal vez él podría ayudarle a cruzar la calle, pensó durante unos segundos antes de recordar sus últimas frases antes de caer dormida. «Quiero acabar con todo ya».

Un nudo que comenzó en el estomago recorrió su cuerpo hasta la cabeza que parecía estallar. No entendió porqué se sentía de aquella forma cuando tan solo unos minutos antes tanto había suplicado por el alivio definitivo. Fijaba la mirada en aquella pequeña ventana de luz anaranjada mientras le decía al visitante:

—No, no puedo irme, nadie se ocupará de ellos, solo me tienen a mí y lo sabes.

—»Ya lo sé, pero es lo que pediste, y es tu hora» —respondió sin perder la sonrisa.

—»De acuerdo, lo reconozco, lo supliqué para alcanzar el sueño. Pero me arrepiento, no sabía lo que pensaba, no era consciente».

—Ya sabes que las órdenes no las doy yo, solo he venido a recogerte.

—Y ya sabes que soy muy cabezota —le contestó ya nerviosa—. Y no, no me voy. No puedo dejarlos solos, nadie sabrá porqué están tristes, nadie entenderá al mayor cuando se aísle, ni al pequeño cuando suba al sofá por el respaldo. ¿Quién estará dispuesto a reñirles con cariño, a soportarlos cuando  estén insoportables?, ¿a controlar sus enfados y saber cuando necesitan un abrazo? Nadie podrá quererlos como yo y aún me necesitan.

—No se que podría hacer….—le contestó agarrando a su brazo y tirando levemente hacia él.

— Una semana, dame una semana más —insistió—. Nada tengo que dejarles salvo mi cariño. Dame una semana para disfrutar de ellos y ellos conmigo, para compartir mi felicidad durante siete días, 24 horas y cada minuto. Que puedan llevarse el mejor recuerdo posible de la persona que más los va a amar en sus vidas. Una semana más y me llevas contigo si ese es mi final.

— De acuerdo, lo explicaré y comentaré tu caso, por una semana más  no creo que nada suceda.

De repente ella despertó, faltaban unos minutos para que sonase el despertador. Con una gran sonrisa se levantó y preparó para ir al hospital.

Aquella fue la semana más feliz de su vida y hace seis años que ella vive siempre una semana más.

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