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Entre sueños y fantasías

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¿Para qué saber la verdad si nada se puede hacer para cambiar la realidad? ¿Para qué descubrir lo que falta si no es posible alcanzarlo?

No tiene sentido desear lo que no se puede tener y ser conscientes de ello es una liberación.
Siempre habrá quien tenga más y quién tenga menos, y es una premisa indiscutible. Y sí, me sitúo de forma intransigente ante ello.

Existen demasiadas cosas fuera del alcance, ¿para qué generar insatisfacción? Para conseguir ser infeliz. La ambición es sana en cierta medida, demasiada puede hacernos egoístas y dañinos para quienes tenemos cerca.

La balanza siempre parece estar inestable, somos insaciables por naturaleza y el famoso equilibrio está en encontrar lo que compensa y lo que no, lo que debemos dejar de querer, de desear para realmente apreciar, querer, cuidar y conservar lo que tenemos y lo que somos.

Llegan momentos en la vida en los que descubres que la entrega a lo que pueda suceder es irremediable. Se aprende que todo sucede en su debido tiempo, que cierto grado de conformismo merecen la pena si cada día predomina el esfuerzo por ser mejores, por mejorar en la medida en que se puede la vida a los que tienes a tu alrededor y te quieren. Debemos intentar conseguir, conseguiremos ser mejores si tenemos a nuestro lado quienes nos reconfortan y no nos fallan. Y ese intento debe ser recíproco.

Fallan, es el problema de los deseos inalcanzables. O peor aún, rozarlos y saber que son efímeros, condenándonos a la eterna insatisfacción, a la lucha interna por no haber sabido, no haber sido capaces de retenerlo.

Existen épocas en las que aún no nos conocíamos lo suficiente a nosotros mismos y todo era posible, incluso intentar lo que sabíamos imposible. Hasta que aprendimos nuestras limitaciones. Y aprender supone básicamente no repetir los mismos errores.

Hace mucho que lo aprendí, los sueños solamente son posibles si dependen exclusivamente de uno mismo y además se pueden tocar con las puntas de los dedos. Lo demás son fantasías.

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