Siento predilección por todo aquello inusual.
Adoro la lluvia en agosto, la playa en otoño, los besos y abrazos imprevisibles y las llamadas de amigos repentinas. Una mirada cómplice sin palabras, un gesto espontáneo. Adoro aquel detalle que ni siquiera pido ni espero.
Detesto todos aquellos «hola como estás» sin intención de conocer la realidad, o esos «a ver si nos vemos» que nunca se materializan. Detesto tanto los tópicos que me niego a utilizarlos. Aquellos que sirven como excusa para quedar bien con quien no te importa y que ignoran a quien sabes que allí estará siempre. Todas las frases hechas que no contienen ni un ápice de emoción y dejan indiferente a quien las pronuncia y decepcionado a quien las escucha.
Prefiero todas aquellas personas que se sinceran en cada movimiento, palabra o gesto. Que valoran lo importante que es para sus vidas quienes tienen delante, para bien o para mal. Que no escurren el bulto tomando como recurso los esquemas predeterminados y se enfrentan a aquello que les motiva de la misma forma que aquello que les incomoda. Sin pelos en la lengua, resolviendo sus conflictos y problemas de frente.
Aquellos que sabes perfectamente cuando estás cubriendo sus expectativas y cuando les estás decepcionado, porque con ellos se aprende, se mejora y se crece. Porque no hay mejor forma de desprecio, que la indiferencia.

Javier Gilabert
agosto 21, 2016Somos personas por ser libres, y somos libres porque tenemos inteligencia y voluntad. Por ello somos únicos en nuestro género, superiores a los animales.
Sin embargo, no debemos olvidar que tenemos corazón. Éste puede ser guía tanto de la inteligencia como de la voluntad. Así somos más «persona».
Tu post nos recuerda que son muchas las personas que tienen el corazón dormido…, de ahí la falta de autenticidad.
Gracias Lola!
Un abrazo,
Javier G.