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¿Los peces o la caña?

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Hace unos días en un café reencontré una amiga de la universidad, han pasado muchos años y teníamos mucho que contar para poner nuestras vidas al día. Hablamos de todo un poco, e incluso de lo poco que hemos evolucionado.

Somos una generación que siempre quiso esforzarse y correr contra reloj para poder igualarnos con los países desarrollados, nuestros vecinos europeos. No conocimos la dictadura, pero si vivimos la ilusión de la transición.

Sabíamos que no seria fácil y ello conllevaba esforzarse, luchar con toda nuestra inteligencia y romper con todos los moldes anteriores. Lo retro era sinónimo de anticuado y recuperar modas pasadas significaba elogiar y ensalzar generaciones pasadas con todo lo que ello significaba, injusticias, terribles guerras y modelos políticos superados y nada efectivos dada las consecuencias históricas que todos conocemos. Llegábamos los nacidos en la generación de los 60 con aires frescos y renovados.

Observando la actualidad vemos que somos pocos los que contribuimos a aquello. La política nos ha saltado, los líderes son o bastante mayores que nosotros o pertenecen a la generación de sus hijos, esos que ahora quieren renovarlo todo siguiendo los pasos de sus abuelos, ( si, aquellos que nos enfrentaron e hicieron que nos matáramos los unos a los otros, pero esa es otra historia). Precisamente una generación de jóvenes que ha crecido teniendo como modelo una sociedad consumista y que ha disfrutado de los excesos de la burbuja y la prosperidad ficticia. A los que nos hemos esforzado y trabajado duro nos ignoran y nos pretenden vender que todo este sistema genera pobreza y miseria.

Pues bien, hemos visto ejemplos de que se está premiando a los que no lucharon, no se esforzaron y pensaron que el mundo debe proteger a los hedonistas, a los que la cervecita no les puede faltar los domingos o el desayuno en el bar, a los que para ellos haya prosperidad o crisis, la vida son tres días y es posible que alguien pueda resolver el futuro aunque no haya hecho nada por resolverlo.

Les voy a recordar a propósito de mi reencuentro juvenil algo que quizás la mayor parte de la clase media desconoce. Mi amiga me resumía en un pequeño relato la descripción de una sociedad enferma, que ayuda perjudicando e ignora a costa de lo políticamente correcto lo que se esconde detrás de mucha miseria y juventud rebelde «sin causa».

«Éramos una familia de clase media, con nuestra casa de veraneo, estudiamos en la universidad sin problemas. Teníamos dos coches, y una vida confortable.

Mi hermana se fue de casa con 16 años, era la pequeña de cuatro hermanos. No le gustaba cumplir las reglas, se emborrachaba cada vez que podía y cada vez que mis padres la castigaban sin salir se escapaba. Si no se hacia su voluntad tenía ataques de ira y como una niña mimada la rabieta le duraba hasta que salía por la puerta. Mis padres la habían emancipado ante notario, era «dueña y responsable de sus actos», por lo tanto, aunque intentamos convencerla de que regresara, prefería continuar en la calle antes que cumplir las reglas. Claro está que no finalizó los estudios.

Pensábamos que al conocer la vida dura ahí fuera regresaría y «sentaría la cabeza» , sin embargo no sucedió así. Comenzó trabajando en un restaurante fregando platos, pero no duró más de un mes. Encontró nuevos amigos, los llamábamos hippies en la época, vivían en derribos y casas abandonadas, hoy se les llama «okupas». Con ellos descubrió que tocando la flauta se conseguía más dinero en la calle fácilmente, especialmente si tocaban entre los veladores frecuentados por turistas (en los bares de barrio le terminaban conociendo y no les daban dinero a partir del tercer día). También descubrieron el comedor de las monjas de la calle Pagés del Corro en Triana y del Pumarejo en la Alameda (Sevilla). Yo los conocí por ella. En los comedores si llegaban en la hora de apertura tenían garantizados tres platos y de vez en cuando ropa y calzado.

Durante el verano, vivir en esas condiciones se hacia insoportable en Sevilla y la pandilla entera con sus flautas y perros (muy útiles para guardar las mochilas mientras dormían) se desplazaban al norte, Asturias, Navarra o País Vasco. Durante el verano hay numerosas fiestas locales donde tocar, vender pulseras de cuero, etc., y proseguir la fiesta. Claro está que en pueblos muy pequeños solían tener problemas y en apenas horas salían del lugar, por las buenas o por las malas

Nuestras esperanzas, como familia, de que la pequeña pudiera encaminar su vida se esfumaron. Había conseguido casa, comida y ropa gratis y hacer lo que quisiera en cada momento sin tener que cumplir las normas. El balance final, años más tarde se enredó con las drogas, nos robó cuando la acogíamos de vuelta, dos centros de rehabilitación y a los cuarenta años, cuando ya estaba quemada y había dejado de ser una niña bonita para poder continuar pidiendo, se encontró viviendo en un mundo desconocido y sin las herramientas (estudios y preparación) necesarias para sobrevivir en sociedad.

Ella y sus amigos vivieron la vida que quisieron, la mitad de ellos no alcanzaron los 40 años, a causa de las drogas o enfermedades murieron, el resto o regresaron con sus familias o como mi hermana sobreviven gracias a la herencia de mis padres. Aquellos padres que si cumplieron las normas y sacrificaron sus vidas y su tiempo libre por darle lo mejor a sus hijos.»

Reflexiono ante esta historia, y como estas hay demasiadas. No me planteo en este caso las ayudas en situaciones de extrema necesidad, que existen. No dudo que debamos resolver los problemas pasajeros, siempre pasajeros, de determinadas familias. Pero cabe preguntarse si no se está generalizado, si no se ha generalizado la idea de que quienes están en situaciones lamentables es por una circunstancia determinada o existen otras causas que podrían resolverse más allá de ofrecer un plato de comida.

Existen familias, me cuentan desde centros educativos, que igualmente prefieren vestir a sus hijos con ropa de marca, teléfonos inteligentes carísimos y algún euro para el botellón a garantizar una nevera bien surtida, y mal los alimentan por causa del que dirán, para que sus hijos no se sientan «diferentes». Esos niños ya están recibiendo influencias erróneas, existen muchos jóvenes con capacidad económica que no poseen teléfonos increíbles, no beben alcohol y la ropa es solo un accesorio necesario. El consumismo llega a estos extremos, y si no se reacciona e inculcan los valores correctos a nuestros jóvenes no habrá dinero en el mundo que sea suficiente para saciar sus necesidades.

Dar de comer peces y no ofrecer la caña como dice el refrán no es que sea inútil, es siempre un error.

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6 Comments
  • Javier G.
    agosto 2, 2015

    Impresionante, tengo experiencias similares muy cercanas. Dos de ellos murieron de Sida, no llegaron a los treinta.

    También conozco el caso de neveras vacías y smartphones que ni se me ocurriría comprar.

    Hoy, la caña que muchos necesitan es aprender a pensar, aprender a amar.

    Liberarse de la esclavitud de las pasiones y ser capaces de pensar por sí mismos en vez de seguir la corriente. Los únicos peces a favor de la corriente están muertos.

    Saber que amar es verbo, acción y no pasión, donación y no absorción. Centrarse en el otro y no en sí mismo.

    ¡Qué largo camino por recorrer!

    • lolacebolla
      agosto 2, 2015

      Preciosas palabras Javier. Me temo que es cierto, queda mucho camino para recorrer, comenzando por escoger aquel que nos aleja de la autodestrucción. Son momentos difíciles para la razón y las ideas que construyen y bastante peores para el amor que mencionas. Lo superficial se antepone constantemente a todo y ello tiene un alto precio que muchos pagan y probablemente hagan pagar a todos los que tienen alrededor.

  • Mariano
    agosto 5, 2015

    Si a la dificultad de remar contracorriente le sumas la falta de educación (y no me refiero al comportamiento), ahí tienes una explicación para muchas de las cosas que pasan en éste bendito país…
    Como diría el Roto en una de sus geniales viñetas, habría que repartir cartillas de «razonamiento» entre la población española.

    • lolacebolla
      agosto 5, 2015

      La segunda parte del artículo tratará sobre como los sistemas actuales (y presentados como alternativas) son incapaces de administrar eficazmente las ayudas a las personas que realmente lo necesitan. Se pierden en números, cifras y supuestos dejando al quien realmente necesita apoyo abandonado.
      Solamente los países más libres económicamente hablando consiguen acabar con ello. La caña siempre es la opción y ello no incluye un puesto vitalicio a cargo de los impuestos de todos.

      Las personas no somos estadísticas y se utilizan a los más desvalidos como bandera electoral. Soluciones efectivas? Ninguna, no saben como funciona realmente porque no han pasado por una situación semejante además de mentir y engordar las cifras de quienes son los que realmente necesitan ayudas tanto temporales como definitivas.

  • Regina
    agosto 13, 2015

    Lola: nos conocemos de tuiter, me he sentido muy identificada leyendo «los peces y la caña» no te había descubierto por aquí, aquí me quedo.

    • lolacebolla
      agosto 13, 2015

      Encantada Regina!! Un honor tenerte entre mis lectores, un abrazo!!