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La paradoja de la violencia

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Tenía previsto escribir un post sobre violencia en el día internacional de la Violencia de Género.

Quería haberme centrado en la violencia que se engendra en la infancia, aquella que los niños desarrollan por contacto directo en el entorno familiar o social. Argumentar y citar algunos ejemplos reales que ejemplarizan cómo cuando somos niños, aprendemos nuestro rol de «humillado o humillador» que degenera en la edad adulta para convertirse en posible «maltratado o maltratador».

Imprevistos desviaron la atención hacia el terrorismo (o guerra de guerrillas al fin y al cabo). Sobre este tema poco se podría decir aunque rápidamente surgieron de la nada miles, millones de expertos en sociología, Oriente Medio, diplomacia y política exterior. Fue entonces cuando sientes la necesidad de escribir sobre esa habilidad que desarrolla cualquiera que tiene un perfil en Facebook o Twitter para ser un expertólogo en cualquier tema que se le ponga por delante. O lo que es peor, repetir como papagayos las consignas del experto idolatrado correspondiente.

Cualquiera que gana un sueldo público, véase Diputado Europeo, redactor o tertuliano, aunque su profesión diste mucho de ser estudioso en la materia correspondiente, sienta doctrina y mueve una masa ingente que le aplaude sin recapacitar ni contrastar sus «supuestas verdades». El día que no participen en los shows-tertulias los ignorantes y sea un espacio de debate entre expertos seremos un país mejor preparado y más feliz.

Experto (léase, que trabajan dentro del entorno de un ámbito determinado adquiriendo un prestigio sobresaliente y que, por lo tanto, cualquier dato incierto o indicativo de manipulación repercute directamente en su prestigio, reputación y obviamente profesión).

Surgió una oportunidad interesante de escribir sobre la supervivencia de los pueblos. Del solidario acto de defender a quien sufre. Y en ese momento, de forma intencionalmente despistada surgen voces que prefieren entregar países y ciudades enteras a asesinos sin piedad con la consigna de la «No a la Guerra». Dejando así a millones de personas exiliadas definitivamente de sus hogares, familares, amigos, trabajos, costumbres, leyes, cultura, etc.

¿Debe ser aquella consigna que quizás debamos enseñar a nuestros hijos?, que si te hieren y te hacen daño lo abandones todo pero no luches. Que si en el patio del colegio le dan la paliza a un compañero, saquen sus deditos haciendo la V escenificando el símbolo de la paz y dejarán de azuzarle al «gafas», al «gordinflón» o «al empollón» por ejemplo. ¿Les decimos que no lo defiendan? ¿Qué no rescaten al pobre que está recibiendo la paliza?

Deben ser quizás aquellos que creen que un maltratador, es decir, una mala persona (porque las hay) dejará de tratar mal a su mujer, marido, novia o novio, hijo o hija porque la gente diga «No a la Violencia de Género» en una manifestación (como si no existiese maltrato en «todos los géneros»). Ya vimos qué sucedió al día siguiente, batimos el récord de asesinatos de diversas nomenclaturas jurídicas (violencia al fin y al cabo) en menos de 24 horas.

Deben ser aquellos mismos que creen que por salir a la calle y gritar «No a la guerra» los que tienen como objetivo acabar con nosotros como civilización dejarán de querer hacerlo.

Deben ser aquellos que solo ven como enemigos a sus propios paisanos. Aquellos que aún creen que el enemigo está dentro entre nosotros.

Aquellos del No a la Violencia, del No a la Guerra que después insultan, gritan y humillan frente a las cámaras al tertuliano que tiene enfrente en este espectáculo que tenemos hoy por televisión.

No lo creo, el enemigo es la ignorancia, la prepotencia, la manipulación, la división, la ideología y especialmente, es aquel que siempre se cree superior y dueño absoluto de la verdad.

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