
Cada día pasaba de largo sin percibir el tiempo. Lo cotidiano se hacía rutina, la costumbre era el único incentivo y todo perdía el sentido, el valor, su esencia. Ahora recuerda cómo el mar que asomaba por cada ventana de la casa un día se convirtió en un cuadro. Cómo la brisa ya no hinchaba su pecho, le hacía cerrar los ojos y aturdía su mente. Había despertado y sintió que ya no sentía nada.
Era en realidad tan solo un sueño, pero no su vida. Solo quería huir, escapar. Era una jaula de oro, decorada como el paraíso que de niña veía en los escaparates de las agencias de viaje y nada más.
Había pasado mucho tiempo, las canas y las marcas eran imposibles de disimular. No sería un impedimento para comenzar de nuevo.
Aquel día por fin había despertado, sus ojos permanecían abiertos en aquel cuerpo inmóvil. Y ya no recordaba que debía hacer para comenzar a caminar de nuevo en aquel mundo extraño en el que despertó.
Había pasado mucho tiempo, se sentía cansado pero no sería un impedimento para comenzar de nuevo. Al menos es lo que creía. Todos los esfuerzos para levantar parecían ser inútiles.
La angustia comenzó a ser insoportable. ¿Qué hay peor que permanecer tanto tiempo dormida? No recordar cómo levantarse.
– «Si no es tan difícil». Susurraba en un intencionado grito de socorro.
Pero nadie le oía. Todos la habían olvidado, todos pensaban que aún dormía.
Entonces reflexionó. Para poder continuar, necesitaba un nuevo sueño, solo eso. «Porque la vida es sueño», recordó.

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